45 RPM (ídolos y posesión)
Consideraciones
preliminares
Coleccionar objetos ha sido una actividad constante a lo
largo de la historia occidental. En el mundo del arte, la creación de museos ha
estado precedida por esta práctica cultural en la cual el coleccionista(a veces
más un acumulador), decide permitirle al mundo echar un vistazo a esa
prolongación de sus posesiones, que funciona como un modelo a escala de la
realidad que habita.
La figura del “coleccionista” dentro del campo del arte, se
ha vuelto cada vez más popular, y el proceso de adquirir obras de arte ha sido
facilitado gracias a la creación de un dispositivo que va de la mano con el del
coleccionismo; la feria de arte. “Comprar arte está de moda” decía un artículo
en una revista de entretenimiento (el cubrimiento mediático de la cultura en
Colombia, siempre tiene lugar en la sección de entretenimiento). En el se daban
“tips” sobre como comprar arte, como iniciar tu colección, o como saber cuál es
el tipo de arte o el artista que mejor va contigo. Incluso recomendaba las
ferias más convenientes. A pesar de su evidente tono esnobista, el artículo no deja
de parecer curioso, e incluso inquietante, porque sin proponérselo hace visible
un determinado uso social del arte contemporáneo, que es precisamente su
capacidad para inscribir a quien lo posea dentro un halo de distinción social;
muy a pesar de las innumerables fantasías de vocación democrática que se le
puedan endilgar.
El acto de coleccionar siempre es similar, aunque difiera el
tipo de objeto que llegue a ser coleccionado (discos, arte, latas de cerveza,
llaveros, búhos, etc.). Los objetos, son una extensión vanidosa de su dueño.
Cada uno es un trofeo que siempre ira acompañado de un anécdota. En el arte,
esta compilación de objetos posee ciertas particularidades, porque a pesar de
que las obras sean consideradas como “objetos suntuosos” (al menos dentro del contexto
tributario) poseen para algunos, la capacidad de otorgarles un principio de
distinción frente a los demás. Los artistas y sus obras se convierten en algo
así como marcas emblemáticas, ídolos de un pequeño publico donde las jerarquías
se establecen por lo adquirido.
La paradoja que encierra el acto de
coleccionar, según Walter Benjamín, es que a pesar que la función de los
objetos coleccionados es sustituir el valor económico que representan, se vean
liberados a la vez de su utilidad material o pragmática. Para Benjamín un
verdadero coleccionista vuelve inútiles “en términos de capital” los objetos
que colecciona desenmarañando el significado de las cosas que acumula. Para
coleccionar es decisivo que dichos objetos pierdan su función original e
ingresen en una relación de equivalencia. De esa forma las cosas pueden llegar
a integrarse a un sistema creado específicamente: la colección. Cada cosa
dentro de ese sistema se convierte en una enciclopedia de todo el saber sobre
la época y del contexto del que proviene su dueño. Coleccionar es una forma de
llevar a la práctica la idea de memoria. Para Benjamín, aun cuando las
colecciones públicas parezcan menos objetables socialmente y más útiles
académicamente que las privadas, una colección pierde su significado al
separarse de su dueño personal, porque es a través de él en donde el objeto
obtiene su justo valor.
El museo, según Benjamin, extrae los
objetos de sus contextos originarios con el fin de crear la ilusión de un
conocimiento universal. En su función de
situar los objetos producidos por historias particulares dentro de un continuo
histórico, el museo convierte en fetiches los objetos que colecciona. La
principal diferencia del coleccionista de Benjamín y la colección del museo, es
que este último construye una historia cultural extrayendo los objetos de las
condiciones materiales tanto de la época en que fueron producidos como del
presente en el que son exhibidos, mientras que el primero también los arranca
de la historia pero los valida desde la percepción del momento en que son
recolectados.
Acerca del proyecto
El proyecto 45 RPM
(ídolos y posesión), explora con ironía estas reflexiones respecto al mundo
del arte, particularmente del coleccionismo como fenómeno cultural, de los
artistas como ídolos de un grupo social y de los coleccionistas como principio
de articulación. Diez dibujos de discos de 45 rpm (los más coleccionables,
hablando de deseos) en cuyos sellos aparecen nombres de artistas visuales o hipotéticas
agrupaciones que aluden a artistas (THE POLLOCKS, p. ej.) elaborados con
logotipos llamativos asociados a la industria de la música, en donde las
canciones provienen de títulos de obras.
Un importante aliciente del coleccionismo es el deseo que
lleva a que unas piezas sean más coleccionables que otras, dependiendo en
muchos casos de quién querría poseerlas.
Como dicen los psicoanalistas, “el deseo del sujeto es del deseo del
otro” tal y como ocurre cuando en un cuarto lleno de juguetes un niño solo
quiere jugar con el juguete que otro esta usando. La traslación entre el campo visual -las
obras de arte- y un hipotético registro sonoro -las canciones imaginarias en
que se han convertido-, intentan revisar el vínculo afectivo que suscitan las
piezas dentro de los coleccionistas, que podría basarse en una suerte de
fantasía. Freud, decía que la fantasía funciona en tres dimensiones temporales,
porque su contexto -es decir sus elementos materiales-, proviene del presente;
pero el deseo que la origina surge del pasado, en las experiencias tempranas;
mientras que es en el futuro es donde podría realizarse. La fantasía entonces,
se produce a través de actos conscientes e inconscientes, mediante los cuales
la subjetividad se contrapone al campo social. Una colección moviliza un sistema de conocimiento y apropiación del arte
que tiene coherencia desde los intereses particulares mediante los cuales se
configuró, por eso nunca dejará de entenderse como una ficción, en la medida en
que sus aglutinantes son proyectados por deseos y fantasías. Esto es cierto
incluso en las colecciones de los museos en donde la fantasía imperante es
percibida como una estructura objetiva de coherencia subyacente.
Los dibujos de los discos están acompañados por otro tipo de
dibujos que presentan situaciones alusivas a la adquisición de piezas en donde
se hacen notar distintos usos sociales de esa práctica cultural. Estos dibujos vinculan imágenes de diversos
orígenes que se contextualizan con iconos del arte contemporáneo y textos al
pie de página que como una voz en off crean una tensión en la imagen
direccionándola hacia el comentario, que con humor indaga sobre como esta
experiencia cultural que llamamos arte es inseparable de la manera como nos
apropiamos socialmente de ella.
Jime Ceron
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